domingo, 27 de junio de 2010

Mujer o monstruo, toda fémina es coqueta

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TRAS SIGLOS de encabezar la lista de las peor peinadas de la mitología griega, Medusa lloró al descubrir que aquel encantador de serpientes era ciego.


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Arte digital © Émilie Léger, Medusa


martes, 22 de junio de 2010

Misterios del circo



ALCANZÓ tal grado de perfección en el arte de crear sombras chinescas que ningún concurrente se percató jamás de que era manco.


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Foto © Valdimir Perfanov, When shadows come alive


jueves, 17 de junio de 2010

Avatares de un lector



COMO TODAS LAS TARDES, el hombre leía bajo un viejo roble del parque cuando lo que en un principio creyó una mariposa se posó en su libro y le dijo:


«Mi muy estimado caballero, por amor al amor, ¿qué es esto de pasársela leyendo? ¡No, no, no! Un hombre como usted, guapo, elegante, refinado y aún joven, necesita a su lado una florecilla como yo que le alegre la vida. Imagínese este cuerpecito entre sus brazos. Sí, ya sé lo que piensa; pero acaso nunca oyó el cuento ése de la princesa y la rana. Esto funciona igual: usted me besa y, de inmediato, yo me convierto en la mujer de sus sueños. Eso sí, no se crea que soy una perdida: el altar es el paso previo a cualquier dulce que vaya más allá de dicho beso. ¡Ah!, no sé usted, pero yo ya puedo imaginarme la fiesta de bodas con centenares de invitados; y la luna de miel por la Polinesia, París, Shangai; y después, nuestro nidito de amor rebosante de niños, docenas. Pero basta de chácharas: ¡vengan a mí de una vez esos afortunados labios!».


Entonces, el hombre, en un movimiento de supervivencia disparado desde lo más primitivo de su cerebro, de golpe cerró el libro sobre el hada para, acto seguido, retomar la lectura con la pena de saltearse las páginas enchastradas.


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Arte © Boris Indrikov: «Lepidoptera», 2001


lunes, 14 de junio de 2010

Boquitas pintadas



Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas,

y una voz cariñosa le susurró al oído:

—¿Por qué lloras, si todo

en ese libro es de mentira?

Y él respondió:

—Lo sé;

pero lo que yo siento es de verdad.

Ángel González


«Yo comencé, como todos los escritores, siendo barroco. Eso es una forma de timidez. Comencé siendo sorprendente y genio. En el presente sé que no lo soy. Yo quería ser Quevedo o sir Thomas Browne o Leopoldo Lugones y tantos otros... en el presente yo me resigno a ser Borges. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Parece que, como yo, la gente se ha resignado a esto y yo puedo ser Borges sin correr ningún peligro».


Jorge Luis Borges


«¿Se puede enseñar a escribir? Claro, con un buen silabario y una profesora paciente no hay niño que no sepa después de unos meses escribir su nombre y el de sus padres. ¿Aprender a ser escritor? Ser escritor es ser por escrito, ser más intensamente, más completamente por escrito que por cualquier otro medio. Todos tienen la facultad de lograrlo. Las materias que se necesitan aprobar son justamente las que no se enseñan en la universidad, pero las que se imparten en cualquier otra parte: la valentía, la honestidad, el descaro, la oportunidad, la lucidez, la gracia. Por otro hacer de escritor es más simple, basta usar anteojos, leer mucho, encerrarse en alguna universidad americana por un semestre, ser jurado de cuanto concurso hay, vestirse de chaqueta de mezclillas y preocuparse por grandes temas tipo "el mal", el vacío y la cuarta guerra mundial».


Rafael Gumucio


«Hay muchos colegas míos que casi están predicando la obligatoriedad de la literatura. Hacer leer a los jóvenes. Eso no me gusta. En nuestra sociedad todo se va volviendo paulatinamente obligatorio, así que dejemos la literatura como actividad optativa. Que lea el que quiera. El que quiera leer va a tener mucha felicidad en su vida, pero si no quiere leer, también puede ser muy feliz. No soy un evangelista de la lectura. Ahora se ha puesto de moda eso, promover la lectura. Hay hasta fundaciones que se dedican a eso. Yo sospecho que todos los que hacen ese trabajo, y cobran muy buenos sueldos por hacerlo; no leen nunca. Los que sí leemos no somos tan proclives a promover la lectura. Quizá porque hemos aprendido que es la actividad más libre que uno puede hacer».


César Aira


«Creo en la realidad por encima de todas las cosas. La literatura se ha entregado a toda clase de espejismos, y el resultado es que los seres humanos han dejado de existir en las obras literarias: se han convertido en fantasmas.

Creo con fe de carbonero en una literatura que volverá a dar cuenta del mundo tal como es, y no tal como lo percibe el escritor desde su ideología.

Creo en una literatura que rescatará las palabras, las historias y los sentimientos de la tribu, y por eso se atreverá a desafiar al tiempo y a la muerte».


Miguel Ibáñez, «Poética»


Arte © Francine Van Hove, «La hora azul»


miércoles, 9 de junio de 2010

Mito solidario



ENTRE los aborígenes Kibiri de Nueva Guinea se considera que si una persona fallece de noche durante la luna nueva, no podrá hallar el camino hacia el otro mundo. En dicha circunstancia, es una obligación de los deudos más cercanos ayudar al alma en desgracia a efectuar su viaje final. Este mandato es asumido con tal responsabilidad por los Kibiri, que el antropólogo Robert Dixon-Kraus testimonia en su libro «The moon as myth in archaic societies» el caso de un hombre que, al contar sólo con tres de las cinco cabras que le requería el médico brujo por el ensalmo que alumbrara el sendero de su esposa, completó la diferencia con sus dos únicas hijas, para reposo de su conciencia.


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Foto © Eric W.


viernes, 4 de junio de 2010

En una maldita trinchera



HACÍA DÍAS QUE DILUVIABA. Ariel me dijo que hubiera preferido que parara el cielo antes que los obuses. Enseguida, el sargento nos ordenó alistarnos: se aproximaba otra carga. Cuando dio la voz de ¡Fuego! el lodo se vistió de cuerpos. Nunca fui un buen tirador pero esa vez le di a uno. Por un instante, me quedé sin disparar; furioso, el sargento me increpó como un látigo. Volví a abrir fuego y le acerté a otro. Inexplicablemente, a escasos metros de llegar a nuestra línea, el enemigo tocó retirada. Al verlos huir como perros, me cebé en el gatillo y logré derribar a un tercer hombre. Era mi día. De repente, lo tuve al clarín en la mira de mi máuser y me propuse acallarlo. Tras el certero disparo sentí que todo se silenciaba en el campo de batalla, excepto el sonido atronador de la bala que se incrustó en mi cabeza.


No sé cuánto tiempo después, tendido boca arriba, abrí los ojos a un cielo terso y azul. Pensé en Ariel. De inmediato, me busqué sin éxito la herida. Luego descubrí que no había nadie más que yo en la trinchera. Todo esto que escribo sucedió hace un par de semanas; desde entonces, más allá de la línea de fuego a la que aún no he vuelto a asomarme, el toque de retirada no cesa.


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Arte: Henri Rousseau, «La guerra», 1894


martes, 1 de junio de 2010

Acción extra judicial



EL MATADOR supo que eso de dejarle de pasar la pensión a su ex había sido una mala idea cuando vio que su hijo alentaba al toro.


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Ilustración © Alejandro Gelaz


El presente hiperbreve ha resultado ganador del mes de mayo en Minificciones.


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