lunes, 26 de abril de 2010

El arte de las caricias



EL EMPERADOR soñó que caminaba por un bosque en flor cuando un tigre le salió al paso.


—Su Majestad —le dijo— tu ministro preferido, Li Po, es un conspirador; y mañana desencadenará vuestro fin.


Sin perturbarse, el Emperador le espetó:


—¿Y cómo piensa consumar tal ignominia?


—Dirá que te ha preparado una sorpresa; acto seguido, mandará traer a dos tigres ante vos, uno de ellos, un servidor. Con donaire, el ministro acariciará mi lomo y os invitará a que hagáis lo propio con el otro…


Al día siguiente, el Emperador le dijo a su ministro:


—Estoy preocupado por vos: anoche soñé que al acariciar a uno de estos tigres sucumbíais a sus garras.


Los ojos del ministro parecieron caer en un abismo. Como hombre supersticioso, juzgó aquello una señal y optó por mudar de tigre. Tras un descomunal zarpazo, cayó sin vida al suelo. Los guardias dieron cuenta de la fiera y cuando se disponían a hacer lo mismo con su congénere, el Emperador los detuvo, se acercó al animal y lo acarició largamente.


Safe Creative #1002135511740

Foto © Heidi Wittwer


viernes, 23 de abril de 2010

Oficio curioso…



«En la ficción, la cuestión de si el discurso es verdadero o falso no es pertinente. Ninguno de los enunciados que un cuento contiene puede ser tildado de verdadero o falso porque el cuento no tiene referente. No cabe ningún cotejo, ninguna demostración. En el cuento solo manda el propio cuento. Y sin embargo, mientras estamos ahí dentro no hay nada en que creamos más que en eso que nos están contando».


Graciela Montes, «La frontera indómita»


«Oficio curioso el de la literatura: mientras menos se hace, mejor hay que hacerlo».


Jules Renard


—¿Por qué se sigue considerando al cuento un género menor?

—Porque el lector español no tiene claro lo que es, como ocurre, por ejemplo en Latinoamérica. En nuestro país no se conoce apenas a Cortázar, a Borges; aquí, la palabra cuento se asocia a infantil, pero mis historias, como las de otros escritores, son cuentos. Yo soy un contador de historias en un género que me atrae por su geometría interna, que escribo pensando en el público, de hecho cuando acabo de escribir lo leo como si fuese otra persona.


Félix J. Palma


«El cesto de la basura es el primer mueble en el estudio del escritor».


Ernest Hemingway


«Si toda la vida me la he pasado buscando respuestas, es poco probable tener reglas para escribir. Si yo soy la que pregunto desde que sale el sol hasta que se mete, ¿cómo voy a saber qué se hace para enfrentar a la página en blanco? Con la página en blanco comienza la inmensa aventura frente a la mesa de trabajo, bueno, antes era una mesa, ahora es una pantalla también espantosamente blanca y llena de trucos, trampas, escondites porque una sola tecla te borra el alma. Hay días buenos y días malos. En los malos, todo va a dar al cesto de la basura, en los que uno cree buenos, sale media paginita y uno se esponja como gallina roja. Es más fácil poner un huevo que escribir. Escribir me cuesta un huevo y la mitad de otro. Bueno, como si yo tuviera huevos. La única manía que puede evitarse es insistir y empeñarse en vez de salir a la calle y abrazar a los demás aunque sea con la mirada».


Elena Poniatowska


Arte © Campaña de lectura de la librería checa Anagram: «Las palabras crean mundos».


lunes, 19 de abril de 2010

De parte del artista



EL HUMO, que nublaba el cuadro, pronto se desvanecería y con él la única pista de que la bala incrustada en el entrecejo del crítico había salido de allí.


Safe Creative #0906134015678

Foto © M. A. Fuentes, «Humo3».


miércoles, 14 de abril de 2010

El cuento de esta noche


Hace unos años, con la frase que intitula este post, el escritor Alberto Laiseca abría, todos los viernes a eso de las 23 horas por un canal de cable, su programa «Cuentos de terror».


Con un estilo único, «el viejo» recreaba los más insignes relatos del género. Hoy, gracias a la red, quiero compartir con ustedes uno de aquellos cuentos: «El brujo postergado», del Infante Don Juan Manuel. Dura diez minutos, pero les aseguro que vale la pena su inversión.







miércoles, 7 de abril de 2010

Herodoto Santos



EN EL ANTIGUO REINO DE FICTICIA, descubrieron el placer de degustar suculentos estofados de liebre. Tan aguda llegó a ser la apetencia por dicho manjar que, al cabo de unos pocos años, dieron por extintos a los gatos.


Safe Creative #0910104667620

Arte © Remedios Varo: «Tránsito en espiral», 1962


viernes, 2 de abril de 2010

El arte de escribir: ¿minicuentos o minificciones?




-->
El arte de escribir: ¿minicuentos o minificciones?
«Ha llegado a maestro aquél que tras recorrer el camino viejo
ha aprendido el nuevo».
Confucio

COMO APRENDIZ, cada vez que encaro la tarea de escribir un microtexto, poco y nada me importa si ha de ser una minificción, un minicuento, una estampa o una fábula. Mi objetivo se centra sólo en una cosa: tratar de hacerlo de la mejor manera posible dentro de mis limitaciones. Limitaciones que al menos en lo técnico (el talento ya es otra cosa) se deben ir conquistando una a una y con paciencia.

Ahora bien, si en el acto creador no me interesan las clasificaciones ni las fronteras ni los corsés, también es cierto que, además de escribir —y reescribir y desechar, por supuesto—, el proceso de aprendizaje conlleva una nueva forma de lectura y relectura a través de la cual uno, ineludiblemente, comienza a percibir diferencias entre los distintos tipos de textos. De estas diferencias surge una clara división de aguas entre el minicuento o microcuento por un lado y la minificción o microrrelato por el otro.

EL MINICUENTO responde a la estructura clásica —y por siempre vigente— del cuento: principio, nudo y desenlace. Difiere de éste tan sólo en su extensión; pero cuidado: un minicuento no es un cuento resumido, un extracto, una síntesis; es un cuento completo al que le han bastado 100 ó 200 palabras para vivir. El minicuento, digamos, ha existido desde siempre. Un ejemplo de minicuento —de mi autoría— es el siguiente:

LA BESTIA
SE SENTÓ junto a la fogata con el Winchester 66 calado entre los brazos. Pasaría la noche en vela. Si la bestia se atrevía a manifestarse, la llenaría de agujeros. A medianoche, el frío lo obligó a liberar una de sus manos del «Yellow Boy» para poner un poco de agua a hervir. Cuando su garganta acogía el primer sorbo de café, los arbustos se agitaron. Antes que la taza tocara el suelo, disparó. Una mano emergió entre el sotobosque acompañada de una súplica. Sin dejar de apuntar, le ordenó a la voz que se mostrase. Al ver a la chica, bajó el rifle. Entre sollozos, aquélla le contó que tras arrojarla, su caballo había huido. Hacía horas que deambulaba a merced de la bestia. El hombre no supo cómo disculparse por lo acontecido, pero «treinta descuartizados en seis meses le meten miedo a cualquiera», dijo, mientras dejaba el Winchester a un lado para vendarle el brazo. «Treintiuno», replicó la joven en el justo instante en que las nubes desvelaban la blanca redondez de la luna…

LA MINIFICCIÓN, en cambio, consta de otras peculiaridades: una de las principales es su carácter transgenérico e híbrido que le permite confundirse, por ejemplo, con el boletín noticioso:

CLÁUSULA IV
De Juan José Arreola
Boletín de última hora: En la lucha con el ángel, he perdido por indecisión.

O su carácter marcadamente intertextual o metaficcional, como en el siguiente caso de mi autoría:

OTRO FINAL
PRIMERO fue una golondrina la que se arrojó a picotear una de aquellas piedritas blancas; luego, se animó otra, y enseguida otra y otra… Al final todas habían dado cuenta de las píldoras desperdigadas sobre la floreada hierba de la campiña. Unos metros más allá, con la mitad del cuerpo bajo el carruaje volcado, el doctor Jekyll volvía en sí, sólo para observar cómo una miríada de buitres iban cerrando su círculo en torno a él.

A las características señaladas —de una lista harto extensa— habría que agregar: utilización de un lenguaje depurado y paródico, ambigüedad o polisemia, elipsis, fragmentariedad, desenlace sorpresivo, contrastes temporales, lógica desviada, apelación al absurdo, contenido paradojal, un comienzo in media res, etcétera.

Debido a estas particularidades es que suele decirse, y con justificada razón, que la minificción demanda un lector activo, dispuesto a que en su mente el eco de lo leído persista a pesar de su brevedad (al menos en el caso de que dicho texto funcione). A mí me gusta pensar que: «Una minificción es aquélla que arranca cuando concluye su lectura».

MINICUENTO Y MINIFICCIÓN, no obstante sus diferencias, comparten una característica común: la brevedad. Con respecto a ésta no existe un claro consenso. Por ejemplo, en Ficticia el límite de los textos no debe superar los 1400 espacios, que traducidos a palabras son unas 240, aproximadamente. En lo personal prefiero ubicar la frontera —siempre teniendo en cuenta que éstas son difusas— en unas 300 palabras. En cambio hay quienes alegan que un micro nunca debiera pasar de los 200 vocablos. Aunque comienza a prevalecer la idea de que tanto una minificción como un minicuento deberían estar contenidos en una página; es decir, en un solo golpe de vista. Pero como todos sabemos hay minis que superan holgadamente ese límite y siguen siendo minis. Porque más allá de que los teóricos traten de encorsetarla, la minificción nació —hace ya un siglo— transgresora, lúdica y experimental: una especie cuya belleza reside en gran medida en su indomabilidad.

Safe Creative #1004025893158

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...