Son las nueve. Ana tendría que estar ahora cenando con sus amigas y no
en el living de su casa. Pero Claudia, Mónica y Cintia se la pasan hablando de
sus novios. «¡Por favor!», bufa, y se arrellana en el sofá. Luego toma un sorbo
de té helado, enciende la televisión y recorre parsimoniosamente los canales de
cine. «Romántica…, romántica…, romántica…», bosteza, pero no se da por vencida. Al cabo encuentra algo como la gente.
Una de terror.
La actriz que aparece en primer plano tiene la típica
carita inocente de la chica a la cual le van a suceder mil cosas. Por lo pronto
corre como una desquiciada. «Debe estar huyendo de las pláticas de sus amigas»,
piensa Ana, y mordisquea una galletita. La
presunta protagonista llega ante una puerta y golpea. Casi al mismo tiempo
golpean a la puerta de Ana. Ana se levanta y abre.
—¿Qué
desea…? —alcanza a decir antes de que una mujer le dé un empujón, entre y
cierre la puerta con llave.
La cara de la intrusa le resulta familiar. Mira la
tele y se sorprende al descubrir que es la actriz de la película, pero se
sorprende aún más al verse a sí misma como quien acaba de abrir la puerta
en la pantalla.
—No estamos a salvo… me persigue un loco asesino…
—dice la mujer, y tomándola a Ana por los brazos, añade—: ¿Tenés teléfono?
—Sí —responde Ana, y le señala la mesita esquinera.
La actriz marca el 911, y a la vez que exclama «¡No
atiende nadie!», embisten salvajemente contra la puerta. Ana tiembla y
comprueba que su yo cinematográfico también tiembla.
—Si vamos a morir juntas, mejor nos presentamos:
soy Karen —dice la perseguida y le tiende la mano.
Los golpes a la puerta se congregan en la cabeza de
Ana como un nudo de truenos. Para colmo advierte que en la tele las bisagras
comienzan a ceder. Entonces le estrecha la mano a Karen y la arrastra hacia la
cocina.
—Ana, me llamo Ana —dice, y abre el primer cajón de
la mesada.
Saca una cuchilla y un hacha de cocina. Ella se
queda con el hacha y le facilita la cuchilla a Karen. Luego se colocan a ambos
lados de la puerta. Por unos instantes se estudian, hasta que Ana le espeta:
—¿Cuál es tu verdadero nombre?
—Karen, ya te dije.
—Me refiero a tu nombre en la vida real, no al de
tu personaje.
—No entiendo…
Ana desiste. «Ya habrá tiempo para que aclare las
cosas», piensa, y, acto seguido, se pregunta qué hubiera pasado si hubiese
puesto la pausa antes de abrir la puerta. La idea de haber podido contemplar a
la otra pausada, con los nudillos golpeando el aire, la divierte. Pero la idea
subsiguiente que le nace no le parece tan simpática. Quizás ella misma se
hubiese quedado pausada, con el control remoto en la mano, como una suerte de
estatua en homenaje al susodicho aparatito.
—¡Mirá en la
que te he metido! —Karen la saca de sus pensamientos—. ¡Perdoname!
—La película que estaba mirando era tan mala, que
aun esto me resulta mejor —le responde Ana.
Y de repente ambas se estremecen al escuchar los
infames golpes a la puerta de la cocina.
—¡Ésta no va a resistir tanto como la de la calle!
—exclama Ana.
Karen asiente y se pasa la cuchilla de una mano a
la otra. Entretanto Ana observa su propio reflejo en el hacha y piensa que lucía francamente bien en la pantalla. Incluso mejor que Karen.
Entonces un nuevo golpe hace saltar con violencia
la cerradura y el lunático entra. «¡Qué desilusión! —piensa Ana—. Me lo
imaginaba mucho más corpulento, de facciones angulosas y dueño de una mirada
animal.»
El tipo arroja al piso a Ana de un empujón y
confronta a Karen. Karen se mueve como un felino, esquivando el cuchillo de su
atacante, a la vez que contraataca con una fiereza inusitada. Así salen de la
cocina. Ana se pone de pie y los sigue. Cada uno sujeta ahora los brazos del
otro y trata de desarmarlo. En la tele la escena se duplica. Y es en la tele
donde Ana observa como Karen desembaraza su brazo armado y apuñala al agresor.
Una y otra vez. Entonces Ana corre hacia ella y le atenaza la muñeca.
—¡Basta! —le dice.
Y procura
detener la sangre del moribundo con un retazo de su vestido. El tipo balbucea y
Ana acerca el oído.
—¡Cuidado! —le oye decir—. Es una psicópata.
Ana levanta la vista y ve cómo Karen lame la sangre
de la cuchilla. En la tele se suceden los primeros planos, tensos, tanto de
ella como de Karen. Cuando el hombre expira, la cámara, a ras del piso, se
centra unos instantes en él. Y se ven las piernas de ambas mujeres a un lado y
al otro del difunto. Las piernas se mueven, se acercan, se entrelazan. Hasta
que unas gotas de sangre comienzan a manchar el rostro del hombre. Ana sólo
siente la cuchillada cuando mira de refilón la tele. Anda unos pasos y se
sienta en el sofá. Karen vuelve a lamer la sangre de la cuchilla.
—Deliciosa —dice, y se abalanza sobre Ana.
Pero Ana empuña el control remoto y apaga la televisión. La cuchilla cae
justo a su lado. Se está desangrando y no tiene fuerzas ni para ir hasta el
teléfono. No obstante logra alcanzar el vaso y sorber un poco del té helado. Y
piensa, sólo por un momento, que mejor hubiera sido pasar otra noche de chicas
oyendo a sus amigas parlotear sobre sus novios. Luego sonríe. De lo único que
verdaderamente se lamenta es de no haber visto si su nombre aparecía en los
créditos.
El presente relato ha sido publicado en el primer Anuario de «La sirena varada, revista literaria bimestral» (páginas 152 a 154), que lleva adelante la Editorial Dreamers, de México. La misma puede descargarse desde la web de dicha editorial.
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5 comentarios:
Muy interesante. Podría interpretarse como una metáfora: tan absortos pueden llegar algunos a estar en la vida virtual que la confunden con la real. O la prefieren.
También me sugiere la idea de que nunca sabemos qué consecuencias pueden tener nuestras elecciones; o qué puede surgir a raíz de un simple cambio de planes.
Y leída como una mera fantasía, la historia resulta sorprendente y angustiosa como una pesadilla.
Y el final me encanta!
En mi caso, para evitarme este tipo de situaciones, nunca, bajo ningún motivo, abro la puerta de mi casa. Es más, estoy pensando en quitarla y levantar una pared en su lugar.
Saludos,
J.
Todas las lecturas son válidas, Ángeles. Pero lo principal es que te haya gustado, y en especial, ese final. Gracias.
Esa parece una medida más que acorde a estos tiempos, José. Lo importante, en todo caso, es usar buenos materiales.
Saludos funambulescos
Tremendamente absorbente. No me ha dejado apartar los ojos del texto ni una milésima de segundo. Y el final, como para despertarte de la hipnosis, con un componente importante de crítica muy sutil.
Me ha encantado.
Bueno, Miguel Ángel, gracias. Que un lector te diga que un texto le ha resultado absorbente, siempre es una recompensa.
Saludos cordiales
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