miércoles, 22 de junio de 2016

La parada



UN TIPO va y viene delante de mi ventana, situación que no sería llamativa si yo no viviera en un décimo piso.  De repente el tipo se detiene, mira hacia adentro y golpea en el cristal. Me hago el distraído, pero su insistencia me derrota.
—¿Ya pasó el ómnibus? —me pregunta.
—Mudaron la parada hace un mes —le respondo como para sacármelo de encima.
—No puede ser, el viernes tomé aquí mismo el de las once y cuarto.
Iba a asegurarle que se habría confundido con la parada del edificio de la otra cuadra, cuando una mujer nos interpela:
—Caballeros, ¿ésta es la parada del 218?
—Sí, señora —le responde el otro, sonriendo.
—¿Ya pasó?
—Mire usted, eso es precisamente lo que le preguntaba al señor.
Los dos me miran como si yo fuera una especie de profeta.
—Creo que… —y me quedo con el «no» en la boca al descubrir que se aproxima el 218.
—¡Adiós y gracias! —me dice sardónicamente el hombre tras subir al ómnibus, en cambio, la mujer no me dice nada. «Mal educada», susurro.
Y cuando me dispongo a cerrar la ventana, una chica punk, dos policías y una monja me preguntan casi al unísono:
—¿Ésta es la parada del 218?
—Sí —les digo, resignadamente—. Pero recién acaba de pasar.
—¡Ay, qué pena! —suspira la monjita—, ya no me dan las piernas ni para estar de pie.
Los policías me miran con gesto ceñudo y no me queda más remedio que sacar una silla a la cornisa.
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lunes, 6 de junio de 2016

El otro bajo la lluvia



LLUEVE. Y un hombre, calvo y de barba, está de pie bajo la lluvia, inmóvil. Nadie más se atreve a esta inclemencia, a estos relámpagos que ciegan y a estos truenos que rompen los nervios. De repente, el hombre bajo la lluvia comienza a inclinarse hacia un lado y hacia otro, según la dirección que tome ésta. Lo observo más detenidamente y descubro que tiene los ojos cerrados. El viento arrecia, crujen las ramas de los árboles, y pareciera que aquel hombre fuera a sumarse al conjunto de hojas que se arremolinan, como peces, dentro del océano que cae. Pero él permanece anclado al suelo. Indemne ante las fuerzas de la naturaleza que se agitan a su alrededor. Me pregunto si estará loco, o si será un valiente. Yo, tan cómodo y tibio en mi quinto piso, y él ahí, calado hasta el alma; con la sola compañía de mi mirada, que no sé por qué no lo puede abandonar… Y lentamente, como sucede con las emociones violentas, la lluvia comienza a amainar. Los relámpagos apagan su fuego y los nervios reposan de los truenos. Y el hombre continúa de pie, incólume. Caen unas últimas gotas y el aire se aquieta como un puño de seda. Y el hombre abre los ojos y desaparece. Inútilmente lo busco por los senderos que se bifurcan. Entonces me paso ambas manos desde la calva hasta la barba; y me descubro mojado, o mejor dicho, empapado hasta el alma. Bajo la persiana y voy por una toalla.
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