miércoles, 28 de enero de 2015

El juego del fisonomista



LA ESPERÉ toda la noche, café tras café, sin dejar de mirar la calle. Me entretenía rebautizando a los transeúntes según sus caras. Nueve Juanes, seis Marías, cinco Fernandos, dos Elisas y ¡hasta una Tatiana!; pero nadie con fisonomía de Nancy, Rodolfo o Verónica. Ni de Silvia…
Al amanecer, le pido al mozo ―que tiene cara de Esteban aunque le digan Juan― otro café, el último, y los periódicos que el canillita ―éste sí que es un Juan en todo su derecho― ha dejado sobre la barra. Entre sorbo y sorbo, hojeo los titulares, sonrío con las viñetas de la contratapa y deambulo discretamente por las necrológicas. Mis ojos se espantan al leer «Silvia I…»; al tiempo que una mujer que dice ser Silvia I… ―aunque no tiene cara de Silvia, sino de Laura―, se sienta a mi lado y me asegura que he sido más que cortés en esperarla toda la noche. Le digo que no es nada y cierro el periódico. La charla se vuelve cada vez más placentera, hasta que descubro mi imagen reflejada en el vidrio de la ventana.
Lo cierto es que no me sorprende el hecho de que ya no tengo cara de Gabriel.
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martes, 20 de enero de 2015

Decálogo de Espido Freire



1. Mantén bajo control tu ego. Mantén bajo control tu inseguridad. Tu obra se alimenta de ti, asegúrate de que se nutre bien.
2. Escribes literatura, no historia. Tienes la licencia, y en ocasiones, la obligación de inventar.
3. Evita la cursilería, y nunca la confundas con la erudición.
4. Huye de las frases hechas. No escribas «Oleadas de placer», ni «Marco incomparable».
5. No espantes a tus amistades con una continua charla sobre tu obra: ya te aclamarán como genio cuando mueras, de momento trabaja y sé modesto.
6. No cometas el error de entrar en camarillas, ni de criticar a autores, por muy detestables que éstos te parezcan. Algún día serás uno de ellos, y no te gustará.
7. Lee con orden y profesionalidad. Lee hasta el agotamiento, pero no más allá.
8. No te perpetúes en cursos o talleres literarios. Éste es un oficio solitario, queramos o no.
9. No mientas sobre tus influencias o tus lecturas. Se nos pilla siempre.
10. Crea tu propio decálogo y sé todo lo fiel que puedas a él.
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martes, 6 de enero de 2015

R.I.P.



LLEVABA cinco años en la isla cuando apareció el niño. Era de noche y tuve miedo, porque el mar, esa misma mañana, había regurgitado su cuerpo. Pero al contemplarlo, trémulo y lloroso, supe lo que tenía que hacer. Me acerqué y le conté un cuento: «Los músicos de Bremen». Sonrió. Desde entonces no he parado de contarle historias de los hermanos Grimm, pero también de Dickens, Poe o Guy de Maupassant. No obstante, cada tanto, él prefiere que nos acompañemos en silencio. Esas noches quisiera llevarlo al sitio donde lo sepulté… Lamentablemente, el recuerdo de la soledad me lo impide.
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El presente texto obtuvo una mención en el II Certamen de Microrrelatos "Realidad Ilusoria", organizado por Miguel Ángel Page.
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