miércoles, 26 de noviembre de 2014

Las reglas de Neil Gaiman



1. Escribe.
2. Pon una palabra después de otra. Encuentra la palabra precisa, escríbela.
3. Termina lo que estás escribiendo. Sea lo que sea que tengas que hacer para terminarlo, termínalo.
4. Déjalo reposar. Léelo como si nunca lo hubieses leído antes. Muéstraselo a amigos cuya opinión respetes y que gusten de ese tipo de textos.
5. Recuerda: cuando la gente te diga que algo no está bien o no les funciona, casi siempre tienen razón. Cuando te digan exactamente que piensan que está mal y cómo arreglarlo, casi siempre se equivocan.
6. Arréglalo y recuerda que, más tarde o más temprano, antes de que alcance la perfección, tendrás que dejarlo marchar, seguir adelante y empezar a escribir la siguiente historia. Alcanzar la perfección es como perseguir el horizonte. Sigue avanzando.
7. Ríete de tus propios chistes.
8. La regla principal para escribir es que si lo haces con suficiente seguridad y confianza, se te permite hacer lo que te dé la gana (esta regla puede funcionar para la vida, tanto como para la escritura, pero es definitivamente cierta para escribir). Así que, escribe tu historia como necesite ser escrita. Escríbela con honestidad y cuéntala lo mejor que puedas. No estoy seguro de que haya otras reglas. Al menos, no de las que importan.
Neil Gaiman
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viernes, 14 de noviembre de 2014

El pájaro rojo



UNA NOCHE, hace muchos años, un pájaro golpeó a mi ventana. Era rojo como el fuego y con chispas azules en la cabeza. Al abrir la ventana, voló hasta mi escritorio y comenzó a dar saltitos sobre uno de aquellos tediosos trabajos prácticos de historia. Cerré la ventana y volví a sentarme al escritorio. El pájaro me miró, ladeó la cabeza para un lado y para el otro, y se quedó como de piedra. Iba a tocarlo cuando un rechinar de goznes acompañó la apertura de una escotilla en su pecho. Poco después, una mujer diminuta, escalerilla mediante, descendió del pájaro. Visiblemente exhausta, trataba de decirme algo, pero yo no podía oírla. Entonces le leí los labios… Corrí hasta la cocina ―previa escala en el costurero de mamá― y regresé con un dedal lleno de agua. La mujer diminuta bebió profusamente y luego se remojó la cabeza y los brazos. Como también debería de estar hambrienta, antes de que me lo pidiera, le procuré unas rodajitas de pan y unos trocitos de queso. Mientras ella comía, me preguntaba a mí mismo si habría más pájaros habitados secretamente por personas diminutas. ¡Ésa y otras tantas preguntas hubiera querido que me contestara! Pero, entre bocado y bocado, se quedó dormida. La arropé con un pañuelo y permanecí despierto toda la noche a su lado. Con las primeras luces del amanecer, la mujer diminuta me besó ambas mejillas y me dijo al oído que algún día volveríamos a vernos. Apenas tuve fuerzas para abrirle la ventana.
La preocupación de mis padres al conocer la historia, la subsiguiente ayuda de distinguidos psicólogos y el paso inexorable a la adultez terminaron por convencerme de que aquello no había sido más que una afiebrada fantasía preadolescente; al menos hasta esta noche, en la que una pareja de pájaros rojos golpea a mi ventana. De uno desciende, escalerilla mediante, la mujer diminuta; del otro no desciende nadie… sólo se queda quieto y aguarda deshabitado.
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miércoles, 5 de noviembre de 2014

La fila



EL HOMBRE saca una pistola y le dispara en la nuca a la mujer que lo antecede. Sin perder tiempo, sortea el cadáver y continúa con un anciano, una chica punk, un joven de traje. La gente está horrorizada, no obstante, se resisten a abandonar la fila. Son demasiadas las horas invertidas y todos albergan la esperanza de que al impaciente, de un momento a otro, se le acaben las balas.
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