CUANDO
LLEGUÉ al centro del laberinto, el Minotauro me aguardaba parado junto a un
tablero de ajedrez. Me invitó a tomar asiento y me preguntó si prefería jugar
con blancas o con negras. «Blancas», le dije, y, mientras acomodábamos las piezas,
me informó que si yo ganaba la partida me dejaría ir sin problemas, pero que si
el ganador resultaba ser él, ya podía imaginarme las consecuencias. Asentí con
la cabeza e inicié el juego con peón cuatro rey. El Minotauro respondió con peón
tres dama… Al cabo de un par de horas, matizadas por la charla amena y culta de
la bestia, acordamos tablas. Seguidamente me dijo: «Mañana volveremos a
intentarlo».
Desde
entonces las partidas y los días se han tornado innumerables, y aunque dada la
práctica ya me siento mucho más que un aficionado, es evidente que jamás podré
ganarle al Minotauro. Tan evidente como el hecho de que a él jamás lo ha movido
la intención de ganarme.
La
soledad, sobra decirlo, suele tener estas cosas.
El presente texto, conjuntamente con los de María, Ginette y Arantza, ha resultado ganador del mes de junio próximo pasado en el IV Certamen de relato corto para mesilla de noche que lleva adelante el sitio Esta noche te cuento.
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