martes, 27 de agosto de 2013

La mágica invención del adjetivo (J. R. R. Tolkien)



La mente humana, dotada de los poderes de generalización y abstracción, no sólo ve hierba verde, diferenciándola de otras cosas (y hallándola agradable a la vista), sino que ve que es verde, además de verla como hierba. Qué poderosa, qué estimulante para la misma facultad que lo produjo fue la invención del adjetivo: no hay en Fantasía hechizo ni encantamiento más poderoso. Y no ha de sorprendernos: podría ciertamente decirse que tales hechizos sólo son una perspectiva diferente del adjetivo, una parte de la oración en una gramática mítica. La mente que pensó en ligero, pesado, gris, amarillo, inmóvil y veloz también concibió la noción de la magia que haría ligeras y aptas para el vuelo las cosas pesadas, que convertiría el plomo gris en oro amarillo y la roca inmóvil en veloz arroyo. Si pudo hacer una cosa, también la otra; e hizo las dos, inevitablemente. Si de la hierba podemos abstraer lo verde, del cielo lo azul y de la sangre lo rojo, es que disponemos ya del poder del encantador. A cierto nivel. Y nace el deseo de esgrimir ese poder en el mundo exterior a nuestras mentes. De aquí no se deduce que vayamos a usar bien de ese poder en un nivel determinado; podemos poner un verde horrendo en el rostro de un hombre y obtener un monstruo; podernos hacer que brille una extraña y temible luna azul; o podemos hacer que los bosques se pueblen de hojas de plata y que los carneros se cubran de vellocinos de oro; y podemos poner ardiente fuego en el vientre del helado saurio. Y con tal «fantasía», que así se la denomina, se crean nuevas formas. Es el inicio de Fantasía. El Hombre se convierte en subcreador.
J. R. R. Tolkien
Sobre los Cuentos de Hadas
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martes, 20 de agosto de 2013

Vitrinas



ENCIENDE un cigarrillo y observa como Laura descansa libre de ese gesto adusto que la acompañaba desde que la conoció. Fueron largos meses de no desistir en el cortejo, de hacerle notar que aún era una mujer completa, y que bajo ninguna circunstancia tenemos el derecho de cerrarle las puertas al corazón. Tan persuasivas habían sido sus palabras que llegó a sentir que, incluso él, finalmente hallaría en el amor la fuerza para derrotarse a sí mismo. Pero al vislumbrar recostada sobre la mesita de luz la pierna ortopédica, apaga con premura el cigarrillo y se viste. Luego observa a Laura por última vez y, mientras se abomina en silencio, recoge la pierna que llenará otra vitrina de su sala.
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viernes, 16 de agosto de 2013

El arte de leer



Los jóvenes reciben las enseñanzas a que les obligan los programas académicos a través de libros de texto cuya asimilación forma parte de los deberes escolares, por medio del estudio. Enfrentados a los libros de texto, la mayoría de los jóvenes no conceden de entrada ningún crédito a esos otros libros que, aunque contengan poemas o ficciones y constituyan ámbitos verbales susceptibles de generar diversión y placer, se presentan con el mismo aspecto físico que los demás, y también cubiertos de letra impresa. Lejos de la letra impresa, los estimulantes actuales de la imaginación juvenil se encuentran en otros objetos y artificios, encaminados a los efectos y emociones audiovisuales, donde la complejidad y riqueza del discurso escrito ha sido sustituido por otros conceptos de la comunicación. Además, tal como está la relación de la mayoría de las familias con los libros, la iniciación a la lectura de ficciones ha dejado de pertenecer al ámbito de lo doméstico. Hoy corresponde sobre todo al profesorado iniciar a los jóvenes en sus secretos. Si tal instrucción se concibiese como la enseñanza de un arte, debería sustentarse en un sucesivo desvelamiento, y sin duda requeriría una cuidadosa selección de textos, adecuados a cada grupo de futuros lectores, y su presentación óptima para facilitar un análisis mucho más sentimental y estético que gramatical, dirigido a despertar el interés profundo de los iniciados. El camino de seducción podría acarrear técnicas diferentes, pero el objetivo debería ser mostrar que, mientras en los libros de texto comunes las palabras impresas no pretenden transmitir otra cosa que información y conocimientos, en los libros literarios las palabras impresas se transforman en imágenes mentales que revelan los secretos de las conductas, elaboran sucesos extraordinarios e iluminan mundos vigorosos. Así, la iniciación en la lectura de poemas, de ficciones, debería ser afrontada como si se tratase de una sabiduría peculiar, de un grado superior a la simple aptitud lectora precisa para desentrañar cualquier texto ordinario. Como si, en el caso de la lectura literaria, el libro fuese un instrumento musical y el lector el intérprete que reproduce y hace resonar su melodía por la gracia de su destreza.
El asunto es difícil, porque para desempeñar la tutela de ese proceso hay cualidades que están alejadas de la mera pedagogía. En la iniciación al arte de leer hay mucho de contagio. Sólo los buenos lectores pueden transmitir el encantamiento de la lectura y despertar su gusto en los jóvenes. Por eso en la dificultad del caso, que cuenta con la adversidad añadida de esa mezcla de lengua y precaria literatura de que se componen los actuales programas académicos, está ante todo la cuestión de cómo formar a esos profesores que, para la mayoría del alumnado, deben ser el elemento iniciador natural de la afición a la lectura, y que no podrán cumplir medianamente su función sin ser ellos mismos expertos y gozosos lectores.
Quizá las actuales facultades de filología requieran la creación de especialidades en literatura pura, o pura literatura, que traten las ficciones literarias como textos para ser leídos desde la intuición, la fruición y el embeleso, sin tanto énfasis en las estructuras lingüísticas. Unas especialidades académicas destinadas a estudiantes que sean sinceros lectores, y cuyas posibilidades de carrera profesional se orienten, precisamente, a la enseñanza de la literatura. Junto a ello sería conveniente contar con un sistema educativo de nivel medio en que el impulso de la imaginación literaria se estimase por sí mismo, sin instrumentalizar la literatura para otros fines, es decir, donde se valorasen claramente las capacidades que, por el mero hecho de leer, puede avivar la literatura en el joven alumnado. Dar importancia a la lectura de ficciones en sí misma y afrontar su enseñanza como un arte en que es preciso iniciarse como en otro cualquiera, requiere recuperar un sentido de la lectura que, en la actualidad, puede estar siendo mixtificado en todos los órdenes educativos.
José María Merino
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viernes, 9 de agosto de 2013

Peripecias de un asesino serial



AQUELLA SOMBRÍA NOCHE, el esqueleto de una de mis víctimas salió intempestivamente del armario, buscó entre mis viejos discos de pasta y puso en el equipo de música «La cumparsita». Con vehemencia me exigió que bailemos. Le respondí que me había doblado el tobillo mientras corría en el parque, pero, lógicamente, no me creyó y me vi en la obligación de aceptar. Imaginé que la cosa terminaría ahí, pero el convite volvió a repetirse, noche tras noche; por lo que concluí que debía conseguirle una pareja —aunque eso me apartara de mi línea de trabajo— con las adecuadas habilidades tangueras. No miento al decir que recorrí la ciudad de punta a punta, y de milonga en milonga, sólo para toparme con principiantes. Sin embargo, reconozco que hubo un par de excepciones: una rubia jovata, pasada de quilos, que movía las piernas con la elegancia de un ángel; y una veinteañera tímida que apenas pisaba la pista de baile se transformaba en una «femme fatale»; pero, lamentablemente, la estructura ósea de sus respectivos esqueletos —sobra decir que soy un especialista en estos menesteres— no se correspondía con la de mi bailarín de armario. De todas maneras no pienso abandonar la búsqueda; me han comentado que en la ciudad vecina hay una milonga, «El cachafaz», donde le sacan viruta al piso. Mientras tanto tengo que pedir turno con mi analista; me preocupa que el bailar con otro hombre —aunque técnicamente se trate sólo de su esqueleto— se me dé cada vez mejor.
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jueves, 1 de agosto de 2013

«Cucharas», en la voz de Verónica A. Ruscio



Hace unas semanas, la escritora Verónica Ruscio asistió al programa de radio «El Living sin Tiempo», que conduce Martín Gardella, para charlar sobre la reciente publicación de «Cuarto Oscuro», su primer poemario. En dicha ocasión, en el denominado «Carrusel de minificciones», Verónica tuvo la amabilidad de prestarle su encantadora voz a «Cucharas».


¡Gracias, Vero!


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