martes, 27 de noviembre de 2012

Estrabón de Alejandría



EN UN ANTIGUO MANUSCRITO se cuenta que el sabio Estrabón de Alejandría, preocupado por las duras condiciones de trabajo de los remeros del Nilo, diseñó un artefacto que, según se lo describe, correspondería a una primitiva máquina de vapor. Durante la exposición del prototipo, al comprobar que la tarea que antes realizaban docenas de hombres se volvía del todo prescindible, los remeros destrozaron e incendiaron la embarcación.
El sabio Estrabón, autoexiliado en algún pueblo recóndito del Alto Egipto, murió a los pocos meses ―y conforme sugiere entrelíneas el manuscrito― de tristeza.
H. G. Bevaqua, Historia de las invenciones fuera de época, Toulouse, 1972
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viernes, 23 de noviembre de 2012

Desbordar la página



[…] no estoy seguro de haber escrito microrrelatos. Me parece que fondo y forma son inseparables, y que la brevedad no es un valor por sí mismo. Siempre he buscado la máxima expresividad con el menor número de palabras, pero sacrificándolo todo a las exigencias de cada relato, puesto que la extensión viene dada por las necesidades del propio texto. Cada uno nace con su propio color, tono y envergadura: unas veces ocupan una línea y otras treinta páginas, pero procuro que sean milimétricos y quintaesenciados, que cada palabra tenga peso específico, que por supuesto posean sustancia narrativa, que desborden la pagina y dejen en el lector una huella imborrable. Quizá el microrrelato no sea sino una variante más del cuento, una evolución hacia una forma límite y experimental en la que su rasgo más visible la brevedad potencia sus otras características.
Ángel Olgoso
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lunes, 19 de noviembre de 2012

Bodas



DURANTE los últimos diez años he asistido al casamiento de todos mis amigos. Y a sus velorios, un año después. Siempre.
Curiosamente, a los tres meses de cada muerte, se celebra una boda, con la misma novia. Pelirroja, de pies ligeros y ojos como ascuas. Siempre.
Esta tarde al fin es mi turno. Por siempre.
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lunes, 12 de noviembre de 2012

La caída (I)



«CONSERVA LOS OJOS CERRADOS Y ESTARÁS A SALVO», me susurra una voz cada vez que comienza a calentar el sol. Ignoro cuánto tiempo ha transcurrido, pero a los pájaros ya no les extraña mi presencia: una pareja de jilgueros ―sus notas me recuerdan los fines de semana en la casa del abuelo― ha anidado sobre mi cabeza. Yo, que siempre fui tan atildado, me azoro al pensar en lo ridículo de semejante corona. Sin embargo, postergo una vez más mi decisión de poner punto final a esta incertidumbre. El abuelo, lo sé, jamás me perdonaría que algo les sucediera a los polluelos.
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domingo, 4 de noviembre de 2012

Blanco y negro



EL HOMBRE, canoso y de traje a tono con el negro de sus ojos, se sienta a la mesa y me extiende un libro de aspecto antiguo. Curioso, aunque suspicaz lo hojeo y sonrío.
―Créame, es la mejor historia jamás contada, pero sólo puede ser leída alimentando sus albas páginas con la sangre de un niño ―interviene antes de esfumarse.
Atónito, dejo unos billetes junto al libro y, según salgo apresuradamente del bar me despierto.
Durante semanas el sueño me acosa hasta persuadirme de que no se juzga la vida onírica. La historia resulta en verdad apasionante pero, al llegar al último capítulo el libro desaparece entre mis manos. En plena crisis de ansiedad, aviso al trabajo de mi ausencia para acurrucarme en un rincón hasta la noche. Desdichadamente mis sueños se pueblan de naderías.
Apesadumbrado retomo mis obligaciones y, mientras espero un café, el hombre canoso y de traje a tono con el negro de sus ojos se sienta a la mesa y me extiende el libro.
―El último capítulo debe leerse en vigilia ―sentencia y sonríe.
Safe Creative #1209272407152
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