No
sé lo que es un cuento. Un cuento me parece lo más fino y personal y lo menos
manchado que puede hacer un escritor. Quiero decir finura literaria y, cuando
hablo de manchado, me refiero a manchas de conciencia. El cuento es sincero
siempre hasta resultar fantástico y descabellado y apura la verdad tanto que
resulta pueril. Es esforzado, ya antes de nacer, porque busca al niño en el
hombre ―por eso muchas veces se pierde―, y tan generoso que sólo pretende, a
veces, hacer reír a su papá. El cuento no es necesariamente risueño, pero
guarda siempre algo de risa, aunque sea dentro de una lágrima. Si no existiera
Dios, habría que inventar un dios para los cuentos, porque son creyentes. El
cuento ―que nos hace meditar con suavidad y nos muestra el mundo como desde una
vidriera policromada― camina con soltura por el corazón y la metafísica. La
realidad, en el cuento, se sirve de la fantasía para ser real más hondamente.
Para decirnos lo que él cree la verdad, miente todo lo posible, como el amor.
El cuento es tan sorprendente que hasta puede no ser así. Pero creo de verdad
que el escritor que hace un buen cuento moja su mano en agua bendita y se
limpia de pecados veniales.
Medardo Fraile
Cuentos con algún amor
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