domingo, 28 de agosto de 2011

El mejor aprendizaje y otros asuntos...



...según Ernest Hemingway
¿Cuál consideraría usted que es el mejor aprendizaje intelectual para el futuro escritor?
Digamos que debería ir y ahorcarse porque descubre que escribir bien es una dificultad intolerable. Entonces habría que cortarle la soga sin piedad y obligarlo por las propias a escribir lo mejor que pueda por el resto de su vida. Por lo menos tendría la historia del ahorcado para comenzar.
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¿Qué pasa con la gente que ha hecho una carrera académica? ¿Cree que gran cantidad de escritores que ocupan cargos en la enseñanza han comprometido su carrera literaria?
Depende de lo que usted llame compromiso. ¿Lo dice en el sentido de una mujer que se ha comprometido? ¿O es el compromiso del estadista? ¿O el compromiso con su almacenero o con su sastre de que les va a pagar un poquito más pero en cuotas? Un escritor que puede escribir y enseñar tendría que hacer las dos cosas. Muchos escritores competentes han probado que podía hacerse. Yo no podría, lo sé, y admiro a los que pueden hacerlo. Me inclino a pensar, sin embargo, que la vida académica pondría punto a la experiencia exterior lo que limitaría posiblemente el conocimiento del mundo. El conocimiento, no obstante, demanda más responsabilidad de un escritor y hace más difícil la escritura. Tratar de escribir algo de valor permanente es una tarea que toma todo el tiempo aunque sólo se usen unas pocas horas en escribir realmente. Un escritor puede compararse a un pozo. Hay muchas clases de pozos como hay de escritores. Lo importante es tener agua buena en el pozo y es mejor sacar una cantidad regular que dejar el pozo seco y esperar que se vuelva a llenar.
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¿Admite que hay simbolismo en sus novelas?
Supongo que hay símbolos ya que los críticos se la pasan encontrándolos. Si no le molesta, no me gusta hablar de ellos ni que me pregunten por ellos. Ya es bastante duro escribir libros y cuentos como para que además uno tenga que explicarlos. También, deja a los explicadores sin trabajo. Si cinco o seis o más buenos explicadores pueden continuar, ¿por qué los interferiría? Lea cualquiera de las cosas que escribo por el placer de leerlas. Cualquier otra cosa que encuentre estará en la medida que usted la haya aportado a la lectura.
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¿Hasta qué punto está completo en su pensamiento la concepción de un cuento? ¿Mientras lo va escribiendo cambia el tema, el argumento o algún personaje?
A veces uno sabe el cuento. A veces lo va haciendo y no tiene la menor idea de cómo terminará. Todo cambia a medida que se mueve. Eso es lo que hace que el movimiento haga el cuento. A veces el movimiento es tan lento que no parece que se estuviera moviendo. Pero siempre hay cambio y siempre movimiento.
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¿Puedo preguntarle hasta qué punto cree usted que el escritor debe preocuparse por los problemas sociopolíticos de su época?
Cada uno tiene su propia conciencia y no deberían existir reglas sobre cómo debe funcionar una conciencia. De una cosa puede estar seguro y es que si la obra de un escritor preocupado por la política debe durar tendrá que saltear lo político cuando lo lea. Muchos de los llamados escritores enrolados políticamente cambian frecuentemente su política. Esto los alegra mucho a ellos y a sus revistas político-literarias. A veces tienen que escribir de apuro sus nuevos puntos de vista… Quizás esto pueda ser respetado como una forma de la búsqueda de la felicidad.
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Se ha dicho que un escritor trata una o dos ideas a través de toda su obra. ¿Diría usted que su obra refleja una o dos ideas?
¿Quién dijo eso? Suena muy tonto. El hombre que lo dijo posiblemente no tenía más que una o dos ideas.

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lunes, 22 de agosto de 2011

La prueba


SECUESTRAMOS a la muñeca de Rosita. Como rescate le exigimos sus ahorros, la colección de caracoles patagónicos y, me acotó Marquitos, una de sus bombachas. La cretina nos dijo que estaba dispuesta a pagar pero nos exigía pruebas.
De inmediato remití a mi cómplice hasta la casa del árbol, advirtiéndole que no se le fuese la mano con la mutilación.
Mientras lo esperaba, Rosita ―con la muñeca― y su mamá pasaron junto a mí.
―¿Qué hizo este...? ―alcancé a murmurar, cuando vi como la muñeca me arrojaba, por encima del hombro de Rosita, un dedo.
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viernes, 19 de agosto de 2011

El ojeba, alguien ha vuelto a apretar el gatillo





Les cuento que El ojeba obtuvo el tercer premio en el Concurso de relatos BYTE, organizado por Sci-Fdi: Revista de Ciencia Ficción, entre 175 relatos presentados de todo el ámbito hispanohablante. Por lo que ha sido publicado en dicha revista junto a los otros premiados y finalistas.
Los conocedores del texto saben que originalmente el mismo juega con que es un fragmento de un libro cuyo autor, referido al finalizar el micro, tiene cierta similitud con el apellido de un servidor. Para evitar suspicacias esa cita ha sido eliminada.
Por otra parte, he retocado ligeramente el texto (y sí, uno no puede con su genio), quitando del mismo una acotación y una explicación que ahora juzgo como innecesarias. Por tal motivo, reproduzco el micro con dichas modificaciones recuperando, además, la referencia libresca.
 oOo
El ojeba
EL OJEBA, mamífero artiodáctilo similar al alce terrestre, es una de las especies más extrañas de Qoppa 47. Su carne se considera tan exquisita que un plato de la misma cuesta veinte mil criks, es decir, el equivalente a la paga de cinco años de un oficial de la flota estelar. Esto se debe a que los ojebas poseen una serie de cualidades que hacen prácticamente imposible su caza:
En primera instancia, jamás caen en una trampa.
En segunda, alertados del peligro por un finísimo oído, sus glándulas sudoríparas generan un olor nauseabundo que causa vómitos, mareos, y hasta desmayos.
En tercera, si la táctica anterior fracasa, el ojeba recurre a una serie de sonidos inaudibles de baja frecuencia que escanean la mente del cazador, resultado de lo cual, éste contempla como el ojeba se transfigura en uno de sus progenitores, o en su esposa, o en un hijo... La perplejidad de los que han enfrentado esto es tal, que no sólo dejan escapar al ojeba, sino que además, no vuelven a intentar su caza. Sin embargo, cada tanto alguien aprieta el gatillo. Cabe acotar que entre estas personas se registra una tasa de suicidios del noventa y nueve por ciento.
Ezequiel Bevaqua, Crónicas de los confines de la República
(Ganimedes, 2187)

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lunes, 15 de agosto de 2011

Relevo de pruebas



EL TELÉFONO no dejaba de sonar. Miré la hora: las doce; gruñí y me levanté para pegarle un par de puteadas a quién quiera que fuese. A poco, caí en la cuenta de que aún no tengo teléfono. De todas maneras me aventuré hasta el living y sobre la mesa ratona lo descubrí: a disco y traslúcido.
Entonces apareció un fantasma, atendió la llamada y me hizo una seña para que me acercase.
―Para usted ―dijo.
Enseguida reconocí mi voz:
―Sos un imbécil ―me dije y corté.
―¿Quién era? ―quiso saber el fantasma.
―Un imbécil ―bufé.
Y el fantasma, mientras se perdía en la pared a carcajadas, proclamó:
―¡A confesión de partes...!


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viernes, 12 de agosto de 2011

En la niebla y con patente de corso


La revista cultural El Corso de agosto ha tenido la gentileza de publicar el texto En la niebla de un servidor. A los que no conocen el microcuento, los invito a leerlo; a los que sí, a que vuelvan a disfrutarlo (o padecerlo, según se mire); y a todos, a que le echen un vistazo a la revista.


Clic sobre la imagen para ver a pantalla completa.

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lunes, 8 de agosto de 2011

Camila

Camila 01


ERA PERFECTA. La compré en un bazar de oriente y me costó un ojo de la cara, el izquierdo, para ser más preciso. Lo pagué sin chistar. Sus cinco centímetros de altura resumían la belleza de todas las mujeres del mundo.

Al tiempo, ella me dijo que añoraba su tierra, que un símbolo de la misma, un camello, disminuiría su aflicción.

―Pero, dónde voy a poner un camello. ¿En la sala? ―le dije azorado.

―En un establo, junto a mi casa, sobre tu escritorio ―dijo, y comprendí que debía volver a oriente.

Su deseo me costó una oreja. Tras oír su canto, pegado a mi oreja única, olvidé el precio.

A poco, mi amada, hecha llanto de luna, me dijo:

―Estoy cansada de vestir estos andrajos de muñequita, si pudieras traerme sedas, hilos y una aguja, acordes a mi tamaño, sabrías de mi verdadera elegancia.

Esta vez regresé de mi peregrinaje sin una mano. Después de que ella bailara con sus pies descalzos sobre la palma de mi única mano, no me importó.

Al día siguiente quiso que le preparara el camello, para ir a coser junto al monte de libros que crecía en mi escritorio. Luego me pidió que le trajera agua fresca. Cuando tornaba, dejé caer el dedal de agua al divisar como las ancas del camello se perdían a través del ojo de la aguja.

Comprendí la trama del engaño y lloré. Lo que no sabía entonces, era que el camello, para disgusto del milenario dueño del bazar y para mi placer, había cruzado solo.

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