sábado, 28 de marzo de 2009

Las bellotas


—¿Estás chapita, Charlie?

—¿Por qué?

—Las reglas dicen que no debemos aceptar comida de extraños.

—¡Ah! eso, tranquilo; estos maníes me los dio una niña que me visita todos los viernes, no es ninguna extraña.

—Para el caso es lo mismo; tené en cuenta que...

—¡Te trajo bellotas!

—¿Qué? ¿Para mí?

—Claro, como le comenté que a mi mejor amigo le encantan, ha querido obsequiarte; pero si no las querés, se las devuelvo.

—¿Cómo que no las quiero?

—Por las reglas.

—¿Qué reglas?

—Las que mencionaste...

—¡Ah, ésas! y ¿cómo se llama la niña?

—Verónica.

—Y ¿cómo es?

—Menuda, conversadora, simpática; con una sonrisa de porción de sandía; cabello a dos aguas cual cascadas oscuras; ojos zarcos, siempre en vuelo; y...

—¡Ja, viste que no es ninguna extraña! Ahora, dale, pasame las bellotas...


miércoles, 25 de marzo de 2009

Dos por uno: noticias.


I . Una revista que no para de ascender.


Acabó de pispear el número 3 de «El Descensor», recién salidito del horno virtual. En esta ocasión la temática gira en torno a las «Mitologías». Por mi parte vuelvo a participar con una humilde minificción que espero sea de vuestro agrado (prometo mejorar). Les recuerdo que la iniciativa tiene las puertas abiertas a nuevos colaboradores, y que la revista se puede hojear en línea u optar por bajarse éste o los anteriores números en prolijos archivos PDF.


***

II . La web es un pañuelo.


Navegando por las noticias de Google fui a dar al «Nuevo diario web», de nuestra provincia de Santiago del Estero. Deglutida la nota en cuestión se me dio por echar un vistazo en la sección de cultura donde me he llevado la sorpresa de que una de mis minificciones está allí publicada. No existe en esto ningún problema ya que, como pedimos todos los que subimos material a la web, se me cita adecuadamente como el autor. Lo que sí me ha llamado la atención son dos cosas: primero que la nota se titule «Minificciones de autores argentinos», siendo que de los cinco transcriptos, sólo dos lo son: Juan Romagnoli y un servidor, claro. Diego Muñoz Valenzuela y Juan Armando Epple son chilenos; y Guillermo Bustamante Zamudio, es colombiano.

Lo segundo, es que me hayan colocado en semejante lista: todos los nombrados son reputados autores de microficciones —entre otras vertientes, por supuesto—. En todo caso se agradece que al compilador le haya gustado tanto la mini —suponiendo que ése sea el motivo y no el azar— como para publicarla.

El texto en cuestión «Otro final» es una de las primeras entradas de esta bitácora.


jueves, 19 de marzo de 2009

De gatos y ratones


El ratón estaba, mano derecha al mentón, parado ante la ratonera. El gato se acercó sigiloso, como una sombra, por detrás. Un instante antes de que éste le cayera encima, el ratón, al levantar su mano izquierda, lo detuvo en seco:

—No puedo creerlo.

—¿Qué cosa no podés creer? —dijo el gato, arrellanándose a su lado.

—Ve eso que está ahí.

—¿Qué? ¿La trampa?

—¡No, no! Lo que hay en ella.

—¿El queso?

—Por supuesto —dijo el ratón, brazos al cielo—. Jamás había sido tan burdamente insultado en mi vida.

—No entiendo.

—¡El señor no entiende! Eso es queso de rallar, amigo mío, ¡queso de rallar! Acaso se piensan en esta casa que soy un ratón de la plebe. En mi anterior morada, le informo, lo menos que me ponían en estas trampitas era Roquefort.

—Vamos, no puede ser tan malo este queso.

—Señor gato, usted me irrita —y, cruzándose de brazos, agregó—: ¿lo ha probado?

—La verdad que no, yo prefiero…

—Entonces no opine y limítese a compadecerme. ¡Así está el mundo por gente como usted que habla de lo que no sabe!

—Bueno, nunca es demasiado tarde para instruirse…

—¡Adelante!, no pienso impedirle que se suicide el paladar.

Un instante después el gato estaba correteando por toda la estancia perseguido, en pos de librarlo de la trampa, por sus dueños. Casi sobra decir que, en tal confusión, el ratón logró hacerse con ese queso tan indigno de su alcurnia.


domingo, 15 de marzo de 2009

Brebaje


Durante semanas el mago estuvo preparando la poción para obtener el amor de la princesa; lástima que al rey, cuando se le ocurrió visitarlo, lo acuciara la sed…


martes, 10 de marzo de 2009

El ahogado


—Supo que se ahogó un muchacho, Don Heliodoro.

—Seguro que fue en el recodo.

—Se equivoca, no fue en el río.

—¡Caray!, entonces habrá sido en las tosqueras.

—Tampoco.

—Isidro, me tiene desconcertado; no se haga la virgencita y dígame: ¿dónde ocurrió?

—En la propia casa del occiso.

—¡Ah, en el tanque de agua!

—No precisamente; más bien fue en un vaso de agua.

—¡Ja!, le desconocía esa arista Isidro; ya sabe que no soy dado al humor.

—No es chiste Don Heliodoro, fíjese que el comisario necesitaba un testigo y tuvo la fortuna de encontrarse con un servidor. No se imagina lo hinchado que estaba el cuerpo.

—Y la sigue…

—Le juro por mi santa madre —dijo Isidro antes de hacer tres veces la señal de la cruz sobre sus labios, y agregar—: ¡Dios la tenga en la gloria!, que le expongo la verdad.

—¡Caramba!, va en serio entonces la cosa; pero, dígame, sería de mi conocer el mocoso.

—Déjeme ver… ¿la ubica a la Gumercinda?

—¿Ubicarla? Sepa que no había flor más anhelada en mi época.

—Bueno, era su hijo.

—¡Hombre!, haber empezado por ahí… ¡pobre Pulgarcito!


jueves, 5 de marzo de 2009

Consecuencias

El escritor Diego Muñoz Valenzuela ha tenido -en su rol de jurado- la benevolencia de distinguirme con una 2º Mención en el concurso de Minificciones del mes de Febrero. He aquí el texto en cuestión y la imagen disparadora.


Ilustración de Alejandro Gelaz



¿Cómo íbamos a saber que al burlarnos del arte de aquel flautista nos condenábamos al rudimentario uso del teclado?...


lunes, 2 de marzo de 2009

La prueba de fuego - Valor


La propuesta del Cuentacuentos de esta semana consiste en desarrollar una historia a partir de una frase extraída del notable relato «Magia», de Sara. Después de varios torpes ensayos me ha resultado no uno sino dos cuentos que espero sean de vuestro agrado. Por último, decir que las frases por mí escogidas fueron: «No los abras» y «La sensación de ser humano», aclarando que me he tomado la licencia de modificar el número de las mismas, quedando entonces: «No lo abras» y «La sensación de ser humanos». Sin más, los textos.


«La prueba de fuego»


«No lo abras bajo ningún motivo, en una hora regreso», le había rogado Jesús al confiarle aquel libro sin señas. Ella se limitó a colocarlo en el centro de la mesa y dejar que pasaran los minutos mientras hojeaba el diario. Sin embargo, pronto se encontró con que no lograba superar los títulos de las notas sin que su mirada se le escapara por encima del papel. Trató de concentrarse, atornillando sus puños a las sienes, pero no pudo. Irritada, cerró el diario y se puso de pie. Tenía calor. Se desprendió un botón de la blusa, luego otro y otro. De reojo, observaba el libro. Luego se acercó hasta la mesa y apoyó la palma de su mano izquierda sobre el volumen. Lo acarició. No había notado antes la suavidad de su textura, como de piel de bebé… Trémula, retiró la mano. Se dio vuelta, se sentó sobre el borde de la mesa y se cruzó de brazos. Enseguida el derecho se destrenzó para que su mano le tamborileara sobre la boca. El rouge se simuló sangre y se corrió. Después de limpiarse, la joven se despegó de la mesa y empezó a caminar a su alrededor en sentido horario; con los ojos alfileteados al libro. De golpe, se detuvo. Tras un instante como estatua, empezó a desandar cada uno de sus giros. Cuando la cuenta quedó en cero, volvió a plantarse. Con ambas manos cortinó su rostro. Acto seguido, se mordió ligeramente el labio inferior y los dedos le respondieron abriéndole rendijas. Quiso espiar, pero las lágrimas se conjuraron en su contra. Imprecó, como si lo odiara desde antes de haberlo conocido, contra Jesús. Sin embargo, la boca pastosa pronto la acalló. Entonces escaló sus manos hasta la frente para arrojar el copioso y áureo cabello hacia atrás, como una oleada de fuego, antes de abalanzarse arrolladoramente sobre el libro… Cinco minutos después Jesús recogía a éste del suelo diciéndole a su madre:

—Confieso que esta vez me había hecho ilusiones, pero volví a equivocarme…

—No te preocupes hijo, ya encontraremos a quien sepa honrar tu confianza; ahora sé bueno y tráeme la pala y la escoba, que aunque flaquita esta muchacha hizo más cenizas que ninguna.


«Valor»

«La sensación de ser humanos es algo de lo cual Él nos ha privado. Por eso, amigos míos, sepan que si yo tuviera una brizna del valor que Raziel se ha inaugurado, jamás nos hubiéramos conocido», dijo el arcángel ante las alas arrancadas de su discípulo.


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